Egipto: manifestaciones populares crean inquietud en Medio Oriente

02/Feb/2011

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Egipto: manifestaciones populares crean inquietud en Medio Oriente

1-2-2011
Observadores de todo el mundo miran con inquietud el movimiento de protesta surgido en la población egipcia. Los manifestantes claman por democracia y contra la administración de Hosni Mubarak, pero nadie sabe cuál es la alternativa que podría finalmente imponerse en el caso, aún improbable, de que el régimen se desfonde. Y esto ocurre en el mayor de los Estados árabes, convertido desde hace años en un factor de equilibrio en una región conflictiva. Recién aparece una figura capaz de reunir y darle un sentido de futuro a la protesta, pero nadie puede aún aventurar un desenlace.
En Túnez se llamó la revolución de los jazmines. Y ese aroma parece proyectarse ahora sobre la agitación popular que se desató hace poco más de una semana en Egipto y que se ha convertido, con razón, en el tema principal de todos los análisis internacionales. No es para menos. Egipto, con 82 millones de habitantes, es el mayor y más populoso de los Estados árabes. Y tiene desde hace 32 años un tratado de paz con Israel que ha sido respetado y es un factor de estabilidad en una región conmovida por los conflictos. Y también tiene una comunidad musulmana importante y sin radicalismos, algo también ejemplar vistos los vecinos fanatismos.
Los sucesos en la vieja nación de los faraones ya significaron un grave derramamiento de sangre en enfrentamientos entre manifestantes y la Policía. La protesta está animada por la condena de un régimen tiránico y corrupto que se desea cambiar, pero sin que aparezcan definiciones claras en cuanto a una alternativa de poder. El fervor popular es en contra de la situación actual, pero sin expresión de metas políticas ciertas ni de planteos ideológicos inteligibles. Los resultados de ese explosivo malestar de los egipcios son por el momento impredecibles, por más que ya aparezca algún candidato a unificar toda la oposición.
Las Fuerzas Armadas se han mantenido al margen de la represión. El régimen del octogenario Hosni Mubarak cuenta, no obstante, con fuerzas policiales de sustantiva importancia, bien entrenadas y capaces de enfrentar motines en el lugar en que puedan plantearse. Y emplea recursos, como bloquear internet y dejar fuera de servicio los teléfonos celulares, que no pueden menos que condicionar la convocatoria a manifestaciones callejeras durante la vigencia del impuesto estado de sitio. La posibilidad de que esta instancia se supere sin cambios sustantivos también existe y debe ser considerada.
El gobierno dictatorial de Mubarak intentó aplacar la ira popular con un cambio de gabinete y con la designación de un vicepresidente y sucesor, cargo para el que fue elegido un militar, el general Omar Suleiman, con larga trayectoria en responsabilidades de Inteligencia y hasta ahora jefe de la Inteligencia del régimen. Y como primer ministro, al anterior comandante de la Fuerza Aérea, general Ahmed Shafik. Estas medidas, fuera de dar mayor exposición a los lazos del gobierno con el poder militar, no atenuaron en nada la intensidad de las manifestaciones. Por lo demás, en su mensaje televisivo al país el presidente Mubarak adoptó una actitud desafiante sosteniendo incluso que los levantamientos eran el resultado de haber dado demasiada libertad a los egipcios.
En Túnez, con una población más culta y en mejor situación socioeconómica, el tema de la sucesión apenas parece encaminarse débilmente ahora a través de un acuerdo multipartidario. En Egipto -el 80% de la población vive con menos de 2 dólares diarios- el descontento tiene límites y salidas impredecibles.
Por primera vez en más de 30 años de gobierno, Mubarak designa un vicepresidente y aparece forjando con esta designación una salida sin mayores sobresaltos para el caso de que no tenga otra opción que dejar la Presidencia. En el mismo sentido puede interpretarse la salida rumbo a Londres de sus hijos Gamal y Alaa. Pero Mubarak juega con todos sus recursos la carta de la permanencia, aún a costa de un saldo de muertes que algunos observadores consideran mucho mayor al hasta ahora divulgado por los medios informativos. Mientras los actos de protesta siguen, la novedad es que comienza a aparecer una figura capaz de unificar a la oposición y darle al movimiento popular sentido y metas claras.
Se trata de Mohamed Mustafá el-Baradei, un diplomático que por más de diez años se desempeñó como director general de la Agencia Internacional de Energía Atómica (Aiea), una organización intergubernamental bajo el auspicio de Naciones Unidas. En nombre de la Aiea recibió en 2005 el premio Nobel de la Paz.
Durante su gestión en la Agencia, el-Baradei debió conducir la búsqueda de armas de destrucción masiva en Irak, informando en 2003 al Consejo de Seguridad de la ONU que se habían desmantelado las instalaciones iraquíes capaces de producir explosivos nucleares y que no existían en ese país provisiones de uranio como para alimentar un ingenio atómico, en contraste a la tesis que entonces sostenía el gobierno de George W. Bush y que llevó a la invasión del país que confirmó los asertos del diplomático egipcio.
El-Baradei llegó a El Cairo hace cuatro días. Previamente, al embarcarse en Viena, había declarado: “Si la gente lo quiere, y sobre todo los jóvenes, puedo dirigir la transición”. Un año antes de las manifestaciones había creado la Asociación Nacional para el Cambio. Aparece así una alternativa capaz de darles una proyección de futuro a las protestas de hoy.
Según se señalaba más arriba, es posible que en esta instancia el régimen de Hosni Mubarak pueda resistir los embates populares con la fuerza y el cerrojo sobre medios de comunicación. Pero el pronóstico a mediano plazo, para un régimen dictatorial agotado, es el de una segura caída ni bien pueda abrirse paso la voluntad de la gente.